jueves, 20 de octubre de 2011

Comer con Jesús

José Enrique Galarreta


La parábola del tesoro, la parábola de la perla, la red repleta, los milagros de curaciones, las multiplicaciones de panes y peces, las bodas de Caná... El Evangelio está lleno de expresiones que nos conducen a la idea de fiesta, de abundancia, de vida plena.
Y los evangelios se llaman así porque ofrecen el Evangelio, la Buena Noticia, la gran Noticia de Jesús.

Así, la invitación es al Evangelio, a vivir en el Reino, no en las tinieblas, no el juicio, no en el temor, no en el Sinaí sino en el Monte de las Bienaventuranzas.

Y es un tema esencial en la espiritualidad cristiana y en la presencia de la Iglesia en el mundo. Servir a Dios es reinar (= "vivir como un rey"). El Reino es una fiesta, un tesoro que, una vez conocido, hace despreciar todo lo demás.

El reino de Dios es vivir por encima de la envidia, la codicia, la corrupción... porque se ha descubierto que la austeridad, el desprendimiento, la concordia... dan satisfacciones mucho más profundas y duraderas.

El Reino de Dios es también vivir por encima de la riqueza o pobreza, salud o enfermedad, vida larga o corta, porque se ha descubierto una dimensión trascendente de la vida que hace de todo eso solamente medios para caminar, no fines para disfrutar.

El Reino de Dios es, sobre todo, libertad, que nace del conocimiento de Dios. Dios no es el juez que lleva severas cuentas: Dios es la fuerza para escapar de la esclavitud del pecado, del sin-sentido de la vida.

Así, el Reino no es sólo una fiesta final, un éxito de la aventura personal y colectiva de la humanidad, prometido para el futuro, sino también un "estado de fiesta" aquí y ahora, una "fiesta interior", en la que ninguna de las adversidades de la vida pueden cambiar ese estado anímico de equilibrio, de saber dónde estoy y a dónde voy, dónde y cómo acaba esto, qué valor tienen las cosas... que se manifiesta, aun en medio de cualquier perturbación, en la paz del espíritu, la confianza en Dios, el estado habitual de agradecimiento y de disponibilidad.

Pero además, y quizá sobre todo, el Reino es un banquete con Jesús. Y los banquetes, las comidas, las cenas de Jesús fueron a la vez revelación y escándalo, fiesta para unos y rechazo para otros; hasta se ha llegado a decir que a Jesús lo mataron por sus comidas con pecadores.

Es característico de Jesús, ante todo que no es un asceta a lo Juan Bautista; es una persona de costumbres normales: vive con y como los demás. Come con y como los demás: no guarda ayunos y purificaciones rituales, como los demás galileos... Y estos no son los signos que se deben esperar de un Profeta.

“Este no es Profeta, porque no guarda el Sábado”...

“¿Es que vuestro maestro come con pecadores?”...
Las comidas de Jesús con pecadores inauguran el Reino: Jesús con todos, porque todos le necesitan; en eso conocemos que Dios está con todos, porque todos le necesitamos.

Pero ni los puros fariseos ni los sabios doctores se dejaron invitar. Y se quedaron fuera del Reino, porque se creían diferentes a los demás. El Reino no es cosa de sabios, de puros, de ricos: el Reino es para la gente.

Los publicanos y pecadores que se veían comiendo a la mesa del Profeta se sentían redimidos: en el mundo en que Jesús se movía hay pocas cosas más importantes que la honra, y ninguna tan desastrosa como la deshonra. El pecador está deshonrado, es un paria: y la mayor parte de los pecadores de la época no tienen salvación posible, ni manera alguna de rehabilitarse.

Pero Jesús los acepta a su mesa, y compartir mesa es ser amigos, supone un grado intenso de mutua acogida. La frase de los enemigos es significativa:

“Acoge a los pecadores y hasta come con ellos”.
Es la rehabilitación de la gente pecadora, de la gente. Muchas religiones, y la de Israel entre ellas, caen el pecado de la reverencia a los poderosos. Los importantes son los que conocen los misterios, los que ofician el culto, los ricos, los prestigiosos... Para Jesús es importante la gente, más importantes los niños, más importantes los enfermos y más importantes los más pecadores.

Hay en los evangelios tres tipos de comidas de Jesús:
  • Las comidas con la gente, con los pecadores, con todos, que son signo vivo del Reino y muestran cómo es Dios para nosotros. Las dos más significativas son la de casa de Leví y la de casa de Zaqueo: y en las dos, la conversión es resultado de la iniciativa de Jesús. Dios es el que invita, el que aprecia a todos, el que está interesado sobre todo por el más pecador. Descubrir que Dios es así es una poderosa llamada a la conversión, a aceptar el Reino.
  • Las comidas con los importantes, especialmente las dos en casa de fariseos. Jesús acepta la invitación, pero terminan mal, Jesús acaba echándoles en cara su torcida religión, no son comidas de comunión, sino de ruptura.
  • Las comidas íntimas con sus amigos, de las que la última marcó a los discípulos en el futuro y nos sigue marcado a nosotros. La Eucaristía es, antes que ninguna otra cosa, la comida de Jesús con los pecadores.
La Eucaristía: un banquete, una fiesta nacida de la comunión con Jesús

En la eucaristía nos sentimos bien ante todo porque se nos admite como somos, pecadores que deseamos el Reino: por eso nos reconocemos pecadores al entrar: no hace falta pedir perdón (a pesar de que las fórmulas litúrgicas insisten en ello); venimos porque nos llaman, porque el perdón está ofrecido de antemano.

En la Eucaristía nuestro espíritu vuelve a arder con la palabra, renovamos nuestra unión con Jesús en la comunidad de creyentes... y soñamos con el Banquete definitivo en la gran casa de nuestro Padre.

Todo eso hace de nuestra celebración una acción de gracias, todo eso hace que nos despidamos con la bendición, por la que se nos envía a la misión, a anunciar tanta Buena Noticia con nuestro modo de vivir.

Es urgente que los cristianos recuperemos el talante festivo de nuestra fe, que produzca envidia nuestra manera de vivir, que sea atrayente nuestro modo de proceder y nuestro estado de ánimo. Me atrevería a decir que sólo así anunciaremos verdaderamente la Buena Noticia.

Pero no pocas veces nos parecemos a los invitados: recibimos la invitación y nos vamos a nuestras cosas, a ganar dinero, a competir, a comprarnos cosas, a adorar dioses-jueces... a todo menos al Banquete al que Dios nos invita.


Y en todas esas cosas, por más que nos resulten agradables, no hay más que tinieblas.
http://catolicolibre.blogspot.com/2011/10/comer-con-jesus.html

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