Lo de Hoy
Por Pascual Ortiz
Nos hemos acomodado, nos hemos acostumbrados... Es la hora de levantarnos y cambiar este estado de corrupción y engaño en que vive la sociedad dominicana.
Se inició el tiempo de Cuaresma,
justo recordar que es un tiempo para ver
nuestras debilidades y pecados. Y poner en los pies de Jesús, esas debilidades
y pecados. La Iglesia católica nos
convoca a vivir cuarenta días de penitencia y reconciliación con los/as
hermanos/as, la naturaleza, la esposa, los hijos/as y con Jesús en la cruz. Y
así poder resucitar con El.
Los dominicanos/as nos tocan reflexionar
varios temas de trascendental
importancia; la corrupción que carcome los bienes y valores de la Patria. Teniendo
como epicentro de este tema, la acusación que ha hecho La Procuraduría de la
Republica, al Senador Félix Bautista. El mal uso de los recursos naturales, que
ha aumentado la deforestación y destrucción de las fuentes hidrográficas. La
desafortunada situación de desconocimiento de los derechos de los hijos/as de
haitianos/as, que nacieron aquí y fueron despojados de sus documentación y otros/as
no han podido obtener, la naturalización; porque las trabas de la ley de naturalización
no lo hace posible. Y la acusación que a través de la radio, ha hecho quien dice ser Quirino Ernesto Paulino Castillos.
Narcotraficante-confeso y que acaba de cumplir una condena en los Estados
Unidos, en contra de Leonel Fernández.
No importa el desprecio de los
racistas. Reconozcamos y defendamos el derecho de vivir con dignidad... Ser
humano-reconocido, es tener una documentación en el suelo que nace y te cría.
Documentación que le fue despojada, de manera ilegal. Artículo 18, numeral 2 de la Constitución de la Republica Dominicana.
La mayor riquezas que nos legaron
nuestros padres y madres; fue el apego a hacer el bien. El respeto a la vida. El
buen uso de los recursos naturales, que en su momento cuidaron y multiplicaron
con las siembras de árboles. La convivencia con los haitianos/as y sus
hijos/as, que nacían aquí y tenían su documentación. Esa convivencia, no había
llegado a los extremos de irracionalidad. La corrupción no había tocado la cima en que
se encuentra hoy. Y la narco política no había carcomido a los partidos
políticos.
Además, nos ensenaron la fidelidad hacia la persona
que comparte el amor y las penas del hogar. El cuidado sin términos de los
hijos/as. Que cuidar y respetar a las personas de edad, era cuídanos nosotros
mimos. La fe... Esos y más, eran los valores que sustentaban las acciones y
convivencia de la sociedad dominicana.
No olvidemos, cambiar la sociedad
tiene la resistencia de quienes viven de las injusticias sociales...
Es verdad que todos tenemos
derecho a vivir con dignidad, eso lo dicen hasta los racista, vestido de
patriota. Porque según ellos, los dominicanos/as viven mal porque los
haitianos/as han ocupado las fuentes de trabajos, de los dominicanos/as. Dicen
luchar por la dignidad de los dominicanos/as. Pero eso no se logra pasando por encima de las damas. Eso se logra
respetando el derecho de todas persona humana. A tener su documento de identidad,
a un trabajo, una casa, a estudiar,... A un consumo y uso de
los recursos naturales respetando y cuidándolo.
Esa realidad que vive hoy los
dominicanos/as, descendientes de los inmigrantes haitianos/as. La deforestación,
la corrupción y la narco política. No permite la indiferencia de un cristiano o
una cristiana. Esa situación tiene que llevarnos a ver en el evangelio, las respuestas y la actitud de Jesús. Y por
ende cual debe ser nuestra actitud.
SOMOS TODOS/AS RESPONSABLE DE QUE
LO SUCEDE, BIEN O MAL? Podemos no ser promotores de las discriminaciones en
contra de los haitianos/as, no ser responsable ni cómplice de la corrupción, de
las injusticias, de la destrucción del medio ambiente. Ni tener nada que ver
con la acusación que hace el Narcotraficante Quirino, en contra de Leonel Fernández.
Pero si estos temas los escuchamos, no le damos importancias, lo justificamos,
nos callamos o nos hacemos indiferentes lo estamos apoyando.
Si no paramos a los corruptos y a
los narcotraficantes, destruirán la dignidad de la vida humana. Los corruptores
y la narco política, no tiene alma, ni le importa la vida de los demás. Su amor
está en la acumulación de bienes y desenfrenos deseos... Gozan con la muerte paulatina
de la sociedad y quienes más sufren esas
consecuencias, son los pobres...
Es necesario implementar forma de
vida que garantice la dignidad de los seres humanos. Esto no es fácil, porque
los medios de quienes han destruidos la dignidad humana no permite que tales
acciones prosperen. Esto ha sucedido desde la misma conformación de la
Republica Dominicana y así lo han seguido haciendo, quienes nos han gobernado....
Pero es inminente seguir trillando el camino hacia la construcción de una
sociedad digna y dignifica-dora de la naturaleza y los seres humanos.
Como nota positiva, se puede señalar, que el presidente Danilo Medina con
el 4% (Aumento sueldo profesores, construcción de Escuelas, Liceos - tanda
extendida. Los programas de alfabetización -adultos y Quisqueya Empieza Contigo
- Estancia infantiles) dedicado a la educación, está haciendo posible una nueva
ciudadanía. Nos corresponde a nosotros/as los ciudadanos/as, padres y madres,
vigilar que esta inversión se ejecuten e implementen “bien”…
Nos hemos acomodado, nos hemos
acostumbrados... Es la hora de levantarnos y cambiar este estado de corrupción
y engaño en que vive la sociedad dominicana.
Invito leer el mensaje del Santo Padre Francisco,
para la Cuaresma del 2015.
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para
las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia»
(2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros
amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es
indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por
nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros
le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre
que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás
(algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus
sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en
la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes
no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una
dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de
la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como
cristianos.
Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra
las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de
los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el
de la globalización de la indiferencia.
La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una
tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada
Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.
Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el
punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en
la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre
definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y
la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la
proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de
la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo
tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios
entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe
sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.
El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación,
para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles
tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.
1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1
Co 12,26) – La Iglesia
La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí
mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre
todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se
ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su
bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él,
siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo
con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los
pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo
debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien
antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él
(Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.
La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por
Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de
Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella
nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar
para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros
corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es
indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un
miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).
La Iglesia es communio sanctorum porque en ella
participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el
amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está
también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión
de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo
para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos
en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes
nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos
rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.
2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las
parroquias y las comunidades
Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario
traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades
eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo?
¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce
a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos
refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el
mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc
16,19-31).
Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos
da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la
oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y
de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su
plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la
indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a
los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y
gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron
definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta
victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros,
todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía
convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado
no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento
mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando
para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).
También nosotros participamos de los méritos y de la
alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro
deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado
es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y
de dureza de corazón.
Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a
cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los
pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse
replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.
Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere
llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no
puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada
hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver
en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y
resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E,
igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda
la humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares
en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y
nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de
la indiferencia.
3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La
persona creyente
También como individuos tenemos la tentación de la
indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran
el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad
para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral
de horror y de impotencia?
En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia
terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas.
La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda
la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es
expresión de esta necesidad de la oración.
En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad,
llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los
numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo
propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea
pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un
llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la
fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos
humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades,
confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y
podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros
solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.
Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de
omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un
camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón
misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser
misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero
abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por
los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva,
un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes
a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz
nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado
Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso,
vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el
vértigo de la globalización de la indiferencia.
Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y
toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les
pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.
Vaticano, 4 de octubre de 2014
Fiesta de san Francisco de Asís
Fiesta de san Francisco de Asís
Franciscus
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