miércoles, 9 de febrero de 2011

La globalización desde abajo: hacia una economía política de la reproducción social

Por Sandra Ezquerra

Mirar a la globalización desde abajo nos permite poner nombres y caras a todos estos procesos y, a través de los ojos de las que cargan silenciosamente con el peso del sistema, visibilizar el frágil y perverso equilibrio sobre el que éste descansa.


 
En el presente texto se realiza una reflexión sobre la importancia de estudiar los procesos sociales, políticos y económicos globales tomando el trabajo reproductivo como punto de partida de nuestro análisis. El objetivo es examinar los problemas resultantes de la globalización desde un ángulo distinto, mostrar el papel fundamental que las mujeres juegan en el mantenimiento de la economía global y, entre otras cuestiones, las dimensiones raciales, de clase y de género del Estado. En definitiva, una apuesta por visibilizar la importancia de la reproducción social nos permite examinar los procesos globales desde abajo y desenmascarar relaciones de poder no detectadas desde los enfoques convencionales de las ciencias sociales.

Históricamente, el trabajo reproductivo ha sido tratado como una actividad no-económica llevada a cabo de forma no remunerada por las mujeres o por esclavos y esclavas. Incluso cuando ha sido o es remunerado en la actualidad, la devaluación a la que ha estado tradicionalmente sujeto tiene un impacto negativo tanto sobre su retribución como sobre las condiciones laborales bajo las que se realiza. Por otro lado, la organización del trabajo reproductivo ha sufrido una profunda alteración desde el tercio final del siglo pasado. Si bien durante las últimas décadas las economías de los países del Centro han requerido la participación en el mercado laboral de una gran cantidad de mujeres- lo que ha provocado un “vacío de presencia o de cuidado” en millones de hogares- ni el sector privado, ni el Estado, ni los hombres han proporcionado soluciones estructurales para cubrir dicho vacío. Esta ausencia de respuestas ha propiciado dos escenarios. Por un lado, venimos presenciando en los últimos años lo que Izquierdo denomina la doble presencia-ausencia de muchas mujeres que, a la par que se han incorporado al mercado de trabajo, siguen siendo las principales responsables del trabajo reproductivo en sus hogares, con la multiplicación de tareas y obligaciones que ello conlleva. Por otro lado, ante lo que se viene llamando la crisis de los cuidados, numerosas familias del Centro han transferido porciones importantes del trabajo reproductivo realizado en el hogar hasta el momento por mujeres autóctonas a mujeres inmigrantes provenientes de países periféricos, participando con ello en una externalización y etnificación de dicho trabajo y en una internacionalización de la crisis de los cuidados.

En el presente texto se realiza una reflexión sobre la importancia de estudiar los procesos sociales, políticos y económicos globales tomando el trabajo reproductivo como punto de partida de nuestro análisis. El objetivo es examinar los problemas resultantes de la globalización desde un ángulo distinto, mostrar el papel fundamental que las mujeres juegan en el mantenimiento de la economía global y, entre otras cuestiones, las dimensiones raciales, de clase y de género del Estado. En definitiva, una apuesta por visibilizar la importancia de la reproducción social nos permite examinar los procesos globales desde abajo y desenmascarar relaciones de poder no detectadas desde los enfoques convencionales de las ciencias sociales.

* División sexual del trabajo: la reproducción como motor invisible

Una de las nociones centrales proporcionadas por el movimiento feminista durante la década de los setenta fue la de la división sexual del trabajo. Lo que se dio a conocer en Estados Unidos como feminismo socialista centró su análisis y denuncia en las implicaciones que una división del trabajo en función de los géneros tiene en la organización de la sociedad: los hombres encuentran su lugar en el ámbito público productivo mientras que las mujeres se ven recluidas al ámbito privado reproductivo. El principal objetivo de la separación analítica entre trabajo productivo y reproductivo fue poner énfasis en la invisibilización del trabajo de las mujeres en la esfera reproductiva a pesar de su papel fundamental en la provisión de bienestar y en el funcionamiento del sistema económico. Otros objetivos fueron establecer conexiones entre la concentración de las mujeres en el trabajo reproductivo, su participación en el mercado de trabajo remunerado y las condiciones bajo las que ésta se lleva a cabo, así como realizar una estimación de la totalidad de las horas de trabajo de las mujeres y la contribución de su trabajo no remunerado al PIB.

La reestructuración de la (re)producción en el Centro

Cuatro décadas más tarde, si bien la distinción entre trabajo productivo y reproductivo continúa siendo tanto teórica como políticamente relevante, las fronteras que delimitan las dos esferas se han visto profundamente alteradas. La aceleración de los procesos de globalización del sistema capitalista iniciada en la década de los setenta ha transformado de forma significativa los mecanismos de producción a escala mundial, permitiendo la intensificación de la acumulación de capital y aumentando las desigualdades sociales. La muerte del contrato social- que también fue, a su vez, sexual- como resultado de las políticas neoliberales, de los procesos privatizadores y del declive del Estado de bienestar, constituye un aspecto central de la reestructuración de los mecanismos de reproducción social y está estrechamente vinculada a los cambios en el ámbito productivo.

Como resultado de los múltiples procesos de “desinversión pública” en educación, en bienestar social, vivienda, salud y espacio público, entre otros, ha aumentado la dependencia en recursos privados para garantizar y sostener en el tiempo la reproducción social. Si bien estos recursos han incluido el incremento del trabajo de cuidados no remunerado de las mujeres en el marco del hogar, el acceso generalizado de éstas al mercado laboral durante el mismo período ha actuado como detonante de la crisis de la organización del cuidado en el marco del sistema capitalista y ha visibilizado la incapacidad de las democracias liberales de garantizar no únicamente el bienestar de amplios sectores de la población sino incluso la misma reproducción social. Ejemplos de ello los constituyen la creciente dificultad de millones de mujeres trabajadoras para compatibilizar vida laboral con el ejercicio de la maternidad, lo cuál ha derivado en las tasas de fecundidad y fertilidad más bajas de la historia, así como en dilemas políticos de tal calado como la sostenibilidad de un pilar tan fundamental de los Estados del bienestar occidentales como son los sistemas públicos de pensiones.

Ante la incapacidad de las mujeres del Centro de seguir asumiendo una parte importante de las responsabilidades reproductivas, así como el progresivo retiro del Estado de la arena de “lo público”, algunos de los procesos resultantes han sido una mercantilización y transferencia de las tareas reproductivas mediante la contratación realizada por millones de familias del Centro de mujeres de origen inmigrante provenientes de países periféricos. Estos procesos han sido facilitados por normativas como las crecientemente restrictivas leyes de extranjería, que canalizan la entrada de cuidadoras profanas, y legislaciones laborales que no reconocen el empleo en el hogar como “trabajo real” condenando, de esta manera, a las trabajadoras del sector a graves situaciones de precariedad.

Todas estas transformaciones han forzado a su vez cambios importantes desde los años ochenta en la teorización feminista del trabajo productivo y el reproductivo, así como de la relación entre ambos. Mientras que algunas autoras han puesto en cuestión la conceptualización dicotómica que desde las diferentes corrientes de la economía se ha realizado de ellos, otras han introducido la importancia que categorías como la raza o la etnia han tenido históricamente en la organización del trabajo reproductivo remunerado, como es el caso en Estados Unidos con las mujeres afroamericanas o de origen asiático y mexicano. Más recientemente, se ha empezado a analizar el rol fundamental que el origen nacional juega en la actualidad en la organización internacional del trabajo reproductivo, o lo que Mary Romero ha denominado la globalización del trabajo del hogar y de cuidado. Tal y como numerosas autoras han mostrado utilizando términos como cadena de nannies, cadena del amor, cadena global del cuidado y división internacional del trabajo reproductivo, el proceso global de reestructuración económica ha incrementado la demanda mundial de trabajadoras domésticas migrantes. El trabajo reproductivo ha pasado a ser organizado en el marco de un sistema internacional donde los países del Centro, ante los cambios demográficos, sociales y económicos descritos, optan por importar mano de obra reproductiva para suplir tanto la ausencia de apoyo social público como la decreciente disponibilidad de las mujeres autóctonas y poner, de esta manera, parches a la crisis de los cuidados.

La reestructuración de la (re)producción en la Periferia

Ala hora de explicar estas transformaciones, no obstante, no basta con referirse a lo acontecido en el Centro. Diversos procesos desencadenados en los países periféricos ayudan a entender la expulsión de millones de trabajadoras y trabajadores de ellos. Los famosos Programas de Ajuste Estructural impuestos por las instituciones financieras internacionales en el Sur a raíz de los desastres económicos y sociales resultantes de la “crisis de la deuda” o lo que muchos han llamado “la década perdida”, no han hecho más que perpetuar la dependencia y empobrecimiento de decenas de países. Algunas de las principales consecuencias de dichos programas han sido el aumento de las diferencias sociales, el declive de la agricultura de subsistencia, el estrangulamiento del sector público, la liberalización de las economías y el aumento de los precios y el desempleo. Todo ello ha incidido de forma particularmente severa en las mujeres, ya que históricamente han sido las principales productoras de los bienes agrícolas de consumo, del abastecimiento de las familias y también de, ante la pérdida de apoyo público, garantizar la subsistencia y el bienestar de las y los suyos. Además, al ser mayoría en el sector público, han sido las mujeres del Sur las principales víctimas de la destrucción de empleo y la congelación de salarios. Ante este dramático empeoramiento de sus condiciones laborales y vitales, millones de ellas han ingresado en la economía informal o en zonas de producción para la exportación y, llegado el momento, han “optado” por la emigración internacional.

Por otro lado, ya desde los años setenta, numerosos gobiernos de la Periferia empezaron a ver en estos procesos una posible válvula de escape ante las continuas crisis económicas y sociales provocadas por las políticas neocoloniales impuestas desde el Centro. Uno de los casos paradigmáticos ha sido Filipinas. A mediados de la década de los setenta el régimen de Marcos apostó por institucionalizar la emigración internacional y, en estrecha colaboración con el sector privado, diseñó una nueva estrategia de desarrollo, que no sólo hacía depender la balanza nacional de pagos de las crecientes remesas resultantes de la exportación de mano de obra, sino que además se convertía en una nueva y fundamental fuente de ingresos tanto para el gobierno- mediante el pago de tasas, seguros médicos y remesas obligatorias- como para las miles de agencias especializadas en el reclutamiento, formación y contratación de trabajadoras y trabajadores filipinos en el extranjero. Entre 1975 y 1982 el número total de trabajadores migrantes “procesados” por la administración creció en un 1900%, pasando de sumar 12.501 a 250.115 al año. Si bien durante los primeros años estos flujos estuvieron compuestos primordialmente por mano de obra masculina, a partir de finales de la década de los ochenta el porcentaje de mujeres filipinas que decidieron emigrar aumentó de forma astronómica, constituyendo el 75% y 72% de emigrantes en los años 2004 y 2005 respectivamente. En el año 2006 las mujeres filipinas cuyo destino era el trabajo doméstico se convirtieron en el grupo más numeroso de trabajadores migrantes, sumando un total de 89.861 de las nuevas contrataciones sólo en el año 2006. Esta feminización de la emigración filipina ha sido una respuesta, tal y como se apuntaba anteriormente, al “vacío reproductivo o de cuidado” creado en numerosos países asiáticos, occidentales y de Oriente Próximo.

En la actualidad Filipinas es la principal exportadora de recursos humanos del Sur subdesarrollado. A finales de diciembre del 2004 un total de 8,1 millones de filipinos- casi un 10% de la población del país- trabajaban y/o residían en el extranjero. En el año 2006 más de un millón de trabajadoras y trabajadores filipinos emigraron a más de 190 países, lo cual resultó en el envío a Filipinas de más de 1.000.000.000 de dólares en forma de remesas. Esta cifra incluye únicamente el dinero enviado utilizando vías bancarias u otros mecanismos formales, y se estima que la misma cantidad de dinero fue enviada de forma informal.

La crisis de los cuidados en el Centro ha determinado la feminización de la emigración de numerosos países empobrecidos, entre ellos, como hemos visto, Filipinas. El éxodo masivo de millones de mujeres del Sur durante las tres últimas décadas ha tenido factores de expulsión tanto económicos como políticos en los países de origen y un claro motor de atracción laboral en los de destino. Mientras que estas mujeres han venido a cuidar de nuestras hijas, a hacer compañía a nuestros mayores, a fregar nuestros suelos y a preparar nuestros desayunos, sus hogares, sus hijos y sus mayores se quedan atrás a cargo de maridos, hermanas, abuelas, amigas o vecinas. Una vez crezcan, no obstante, dejarán a su vez a los suyos atrás para substituir a sus madres en los hogares del Centro, perpetuando de esta manera el vicioso y perverso círculo de la denominada “cadena transnacional del cuidado”.

Las mujeres migrantes como subsidio a la economía global

La disponibilidad de trabajo reproductivo en el Centro es facilitada por su ausencia en la Periferia, en una transferencia internacional del cuidado que conlleva una estratificación nacional e incluso geopolítica del derecho a la atención, al afecto y a la unidad de las familias. Esta desigualdad a escala “micro” también tiene profundas manifestaciones político-económicas. Ante la imposición de un modelo de Estado raquítico que se niega a responsabilizarse por la reproducción social, todas estas trabajadoras reproductivas migrantes acaban jugando un papel clave en la economía internacional: sus precarias condiciones laborales y legales funcionan de subsidio tanto para estados emisores como para los receptores, ya que, por un lado substituyen los recortes públicos y el estancamiento económico en sus países de origen mediante su trabajo de cuidado altruista y el envío de remesas masivas y, por el otro, invisibilizan el estallido de la crisis de los cuidados en el Centro, que las utiliza de colchón amortiguador ante los cambios demográficos, sociales y político-económicos de las últimas décadas. Es más, la reproducción social de estas mujeres es llevada a cabo en sus países de origen y su contratación en otros estados, ya de adultas, supone también una transferencia directa de riqueza de países empobrecidos a países enriquecidos a costa de los primeros. El capital variable producido en un lugar y explotado en otro no es en absoluto distinto a la extracción de recursos naturales o la asfixia resultante del pago de la deuda externa.

Por una mirada a la globalización desde abajo

Si bien en los últimos años hemos asistido a una creciente visibilización de estos procesos en el marco de las ciencias sociales, la transferencia internacional del cuidado no parece ser de momento relevante para la mayoría de los teóricos de la globalización. La reproducción social continúa siendo la gran ausente de los debates actuales sobre la economía global y la crisis del capitalismo, y su reciente reestructuración a nivel internacional no suele ser incluida en los análisis sobre la reestructuración productiva de las últimas décadas. Ello constituye una grave omisión, ya que no es posible comprender la globalización del sistema capitalista, así como las décadas de políticas neoliberales que han provocado la situación actual de crisis, sin abordar la reestructuración de la reproducción social o lo que aquí denominamos realizar una mirada a la globalización desde abajo. Adoptar éstas últimas como punto de partida analítico nos permite visibilizar de forma más compleja los efectos del capitalismo en su etapa neoliberal.

La reestructuración económica del Centro se encuentra estrechamente vinculada con la de la Periferia y es ésta última la que posibilita una externalización, internacionalización y etnificación de la primera. Por otro lado, la “defunción de lo público”, además de derivar en la liberalización y privatización de numerosos servicios que antes recibíamos de forma gratuita, promueve también una devolución de responsabilidad reproductiva por parte de los estados de las democracias liberales no únicamente a las familias del Centro- léase mujeres- sino particularmente a las mujeres y familias de la Periferia. Todo ello tiene, como ya se ha apuntado, dramáticas consecuencias sociales, económicas e incluso afectivas, resultantes de un nuevo entresijo de opresiones raciales, de género, de clase y de origen nacional activado para perpetuar el avance del capitalismo. Mirar a la globalización desde abajo nos permite poner nombres y caras a todos estos procesos y, a través de los ojos de las que cargan silenciosamente con el peso del sistema, visibilizar el frágil y perverso equilibrio sobre el que éste descansa.

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