La ya conocida SB1070, ley que convierte en criminales a los indocumentados en Arizona, es sólo la parte visible de un conjunto complejo. Los grupos conservadores del poder estadounidense intentan poner su sello en la reforma migratoria que, inevitablemente, deberá impulsar el presidente Barack Obama.
En los puntos esenciales del tema de la migración, coinciden la derecha y la ultraderecha, aunque ahora, por temor a ser sepultados políticamente, ciertos grupos conservadores se oponen a esta ley antiinmigrantes y racista. Jan Brewer, gobernadora de Arizona, ha tenido que reformarla, prohibiendo detenciones por apariencia o color.
Quienes apadrinaron la ley, son figuras sin futuro político. Además de Brewer, está John McCain, quien antes se opuso a medidas represivas de este tipo, y hoy, con más de 70 años y derrotado en las elecciones presidenciales, intenta dejar este adefesio como legado a sus similares. ¿Y qué decir del autor, el senador Russell Pearce, veterano de Vietnam, mormón, violento en su casa (acusado en 1980 por su esposa de violencia doméstica) y en su vida pública (fue alguacil de mano dura) y cancelado en 1999 de un puesto público por corrupción? Russell, como otros, es un reconocido racista. Figura en la cuenta de los cadáveres políticos que esta ley sepulta.
¿Por qué los racistas actúan ahora, cuando Obama no puede seguir ignorando su compromiso de impulsar una reforma migratoria? Intentan mediatizar posibles conquistas de las mayorías y frenar todo cambio. Para ello, obligan a Obama a tener presente su compromiso con la ultraderecha.
El rechazo a esta ley, racista y antihumana por definición, es, por esas razones, una bandera que mano alguna logra ensuciar. ¿Con qué derecho etiquetan a la gente?

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