jueves, 29 de abril de 2010

Bailando con Trujillo

Andrés L. Mateo
clave@clavedigital.com

El trujillismo en nuestra historia es como una inmensa catedral gótica sostenida sobre la oralidad. La oralidad trujillista no es verdadera ni falsa, pero sirve siempre para escenificar toda la teatralidad del régimen, y es superior al documento. Además, ilustra sobre la desmesura y abre una furiosa inclinación por la infamia.


 
Una de las más famosas historias orales refiere que cuando Trujillo iba a un baile y la orquesta empezaba a tocar, nadie podía bailar hasta que el “jefe” no se tiraba al ruedo e iniciaba el bailongo. Se hubiera podido amanecer tocando, pero era el talle duro del ritmo de Trujillo ripiando un merengue lo que de verdad iniciaba el convite.


Todo ocurría como si él hubiera nacido ante los otros para colmar la necesidad que tenía de sí mismo.

Cuando trabajé en el desaparecido diario El siglo, escribí la historia de un sargento de la aviación llamado Persio Martínez, quien llegó en el séquito del perínclito a un baile que se celebraba en Bonao. Trujillo entró al recinto y el sargento se quedó en la puerta cortejando a una hermosa muchacha de “La villa de las Hortensias”. Media hora después, habiendo escuchado las interpretaciones musicales, invitó a la muchacha a bailar, y entró al recinto con su pareja ajeno por completo a lo que le iba a ocurrir.


Trujillo no había abierto el baile y el salón estaba vacío. Cuando tomó a la muchacha por la cintura para atacar el paseo del merengue y dio un golpe de biela encaramándose en el ritmo, sintió una mirada fulminante que lo paralizaba medio a medio en el salón. Trujillo lo derritió con la vista, destiñéndolo sobre las notas del acordeón.
Lo expulsaron de la guardia, y purgó seis meses de cárcel por haber cometido el loco error de bailar primero que Trujillo.
Casi cincuenta años después los aspirantes a la presidencia dentro del PLD no se atreven a entrar al salón a bailar, porque Leonel Fernández no ha bailado todavía.
Hay una universalidad dada en la presencia del autoritarismo en la historia, perpetuamente construida. Y son estos miedos los que la erigen.
Leonel Fernández se cree insustituible, ha inventado un determinismo que liga el destino del país a sus pasiones, ha puesto la riqueza social al servicio de la reproducción de sí mismo, y la única cosa que tiene importancia para él es mantenerse en el poder.
¡El pobre Franklin Almeyda, el pobre José Tomás Pérez, el pobre Danilo Medina, asalariados del príncipe! ¡El pobre Miguel Vargas Maldonado, manipulado como un títere por la ambición desmedida de Leonel Fernández!
Nadie en el PLD puede sacar a bailar su ambición antes de que el iluminado diga si va o no va. Nuestra desgracia es no haber superado nunca esa infame contabilidad de la mentira, que cincuenta años después nos mantiene bailando con Trujillo.

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